A la entrada del parque Güell, un coro de voces aún blancas desafinaba cada vez que una furgoneta negra activaba su puerta corredera. El coche estacionaba y al otro lado de las vallas los gritos se pisoteaban. Iloveyourglasses, Iloveyourpurse, ¡guapas!, makethemostofyournight! Las componentes de Haim frenaban ante los chillidos, sonreían y se dejaban fotografiar. Pero no era a las estadounidenses a quienes esperaban las adolescentes que se habían tomado la molestia de desplazarse hasta la ladera del monte Carmelo. Las chicas con bolso tipo baguette que cambiaban el peso de pie junto a los guardias de seguridad buscaban solo a un cantante. Perseguían la melena rubia, casi plateada, de Felix, un rapero de origen coreano de pómulos altos y piel marmórea, tan uniforme que se le sospecha ideado por inteligencia artificial. Las gargantas de desatascaban con cada estacionamiento y, ante la decepción, se volvían a cerrar. El acceso del cantante al desfile de la colección Crucero de LouisVuitton fue rápido. Como a MartaOrtega, acompañada de RobertoTorretta, al coreano se le vio en público durante apenas los minutos en los que las propuestas de NicholasGhesquière, director creativo de la firma francesa, serpentearon entre las columnas de la sala Hipóstila del parque Güell.
Sobre la urbanización que proyectara Gaudí, más de medio centenar de modelos se vistieron de ciudad. En la colección Crucero 2025 de Louis Vuitton, la luz del mediterráneo infusionó los diseños de Ghesquière. Las teselas de los mosaicos imaginados por el arquitecto modernista trasladaron su geometría a vestidos y chaquetas, que, contagiados de la sinuosidad del parque, se redondeaban en los hombros. La luz clara de la costa Brava coloreó también de blanco la propuesta. El sol y la sombra se convirtieron en las herramientas del director creativo, que presentó abrigos de lana de cuello redondeado y cintura marcada, minivestidos de red negra calada en lentejuelas elaboradas como escamas, piezas de guipur bicolor y chaquetas abombadas con alamares. La inspiración española cubrió, entonces, la colección de la cabeza a los pies. Los sombreros de estilo cordobés se combinaban con gafas de sol deportivas, botines irisados y zapatos de piel confeccionados en flecos. En los microvolantes y el mantón de manila Ghesquière encontró su hilo. Un vestido negro, compuesto de forma íntegra por el adorno de seda, despertó los teléfonos móviles de los más de 600 invitados repartidos entre las 86 columnas dóricas del espacio diseñado por Gaudí. En la última ideación de Louis Vuitton, la arquitectura de nuevo definió la base de la colección que las grandes casas de moda proyectan para nutrir las maletas de quienes en los meses fríos del año se escapan a descansar en climas cálidos.
Un abrigo de encaje negro lunareado de blanco o unas mangas con volantes inspiradas en el traje tradicional de flamenca bailaron sobre dos de las 56 modelos que pasearon la propuesta de Ghesquière al trote de MusicforChamaleons, de Gary Numan, y MadameButterfly, de Malcolm McLaren. El director creativo andaba tras la celebración del pasado. En la cultura española la firma ha encontrado, cuenta, una "lealtad a la tradición hasta la elevación artística". La aparente antonimia de los colores principales de la propuesta se transformó en la palanca que buscaba para reencarnar lo que persigue desde que hace diez años su primera colección crucero se mostrara en Mónaco a periodistas, amigas de la maison y clientas: la conquista emocional del viajero del destino que explora. La construcción, es decir, de un recuerdo cosido por el hilo de la naturaleza y la arquitectura local.
En el parque Güell, el legado de la casa francesa, construido sobre el manejo del cuero y las formas, líquidas y geométricas, se ensortijó en la "pureza opulenta" del modernismo. En color azul o en gris piedra, las piezas crecían sobre los hombros y las caderas, adornados por volumen, moldeados por el aire. El trazo limpio de la obra de Ricardo Bofill o Xavier Corberó, en cuyo Espai de Esplugues se festejaría más tarde la colección, se intuyó en estampados diminutos que marcaban de negro el punto de color crema.
La piel materializó la pulcritud de las líneas de la firma en minifaldas sobre texturas lisas, plisadas y grano de avestruz. La historia, en manos de Ghesquière, se entregaba así a una "constante mutación". La que atraviesa, a su vez, al viajero, consciente, mediante los sentidos, de que la permanencia es ilusoria.
Entre las 86 columnas de la Hipóstila, Léa Seydoux, Saoirse Ronan, Ana de Armas o Sophie Turner, imagen todas de la firma francesa, sonreían frente a la familia Arnault, propietaria de Louis Vuitton, que a su llegada, serena y en grupo, escoltó al músico Pharrell Williams, también director creativo de su línea masculina. Algunos invitados se levantaban de sus asientos y, al paso, extendían la mano a Jean y Fréderic Arnault, los más jóvenes del clan propietario de LVMH, que correspondía la gesto con un apretón.
A la salida, con Jaden Smith a los talones, al séquito se unió Felix, amparado por un esqueleto de guardaespaldas sincronizados. Con chaqueta y bermudas vaqueras de Louis Vuitton, el relaciones públicas de Youtube Derek Blasberg, Capote de nuestros días, charloteaba con Eugenia Silva mientras Gala González, Patricia Sañes y Belén Hostalet localizaban sus asientos. Cerca de las actrices internacionales, la celebridad nacional hacía patria. Victoria Federica, a la que no se atisbó con su padre, también presente en el desfile, encabezó un cortejo de flashes en el que a continuación se bañó la hornada de jóvenes actrices de proyección internacional. Ester Expósito, María Pedraza, Anna Castillo o Nicole Wallace posaron en el photocall blanco y negro antes de que el grupo LVMH, como hiciera en la plaza de España de Sevilla dos años antes a través de Dior, pespunteara un nuevo capítulo en su historia con España.
